Mi religión es amarte sobre todas las cosas. Jugar al azul con las palabras en el preciso instante de los besos. Es respirar lo dulce de tu boca canela habitada de peces. Mi religión consiste en amarte despacio, sin prisa, pensando que siempre será el último y el primero de los encuentros, es esperarte en las más disímiles cosas que tocaste.
Mi religión consiste en entender mejor el lenguaje de los árboles, encontrar en ellos la savia y la clorofila que le faltan a mi boca. Es encender una hoguera y a su alrededor invocar las palabras del paraíso en un hondo vaivén de voces. Es mirar por las ventanas, sentir el mar con sus alas innumerables. Es mirar las estrellas hasta encontrar en su brillo el principio y fin de los tiempos. Es festejar la ascensión de las palabras en la voz de los poetas mayores. Callar cuando no hay remedio, ante la insensible hoguera de los sordos, por ejemplo.
Es conjurar el peligro con un verso cuando el pájaro de la muerte se aproxima a la puerta taimado. (Pobre pájaro de las agujas, ignora que el viento es mi estrella).
Qué más puedo decir. Mi religión es encontrarte en el tambor de la luna africana, en el rito del Zhatukwa donde un Mamo KoguI celebra el solsticio. Es pedir perdón a los que me nombran y estar ausente recogiendo un verso, una canción, escuchando crecer una rosa en el azul de los colegios. Es amar sobre todas las cosas y jugar con mi hijo en el solidario abrazo de los hombres. Levantarme temprano, caminar desnudo por el mágico sendero del agua. Esa es mi suerte. Mi religión nace del mar y al mar regresa.
Eduardo Barros Pinto